Érase una vez
- Estrella Sánchez
- 26 feb 2023
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 may

Érase una vez, una niña, a la que sus padres llevaban al parvulario que dirigía la seca señorita Melisa
Era tan tímida, tan tímida, que era incapaz de levantar su manita para decir que se hacía pipi.
A lo largo de la mañana mientras los demás críos gritaban o corrían desmandados por la gran sala, ajenos a la vara que la cuidadora blandía con la mano apretada, la niña permanecía acurrucada en un rincón observando la escena, y de vez en cuando de sus labios rojos cual dos claveles, asomaba una tímida sonrisa
- ¡Que linda era la niña ¡, con sus doradas trenzas ,y blanca muy blanca de piel, parecía una muñequita hecha de papel! - Por ojos dos trocitos de mar sin sal, y finas caracolas de nácar le hacían llegar la algarabía del lugar, a su inmensa soledad. -La luz que irradiaba Lucia, se veía deslucida por las gruesas gafas de cristal, unas gafas mágicas que le permitían ver con nítida claridad los vivos colores de los atuendos que vestían los niños chillones.
Según iba creciendo se daba cuenta que nadie reparaba en ella; para sus hermanas mayores había palmaditas, regalos y sonrisas, para ella nada, - ni de una mano descuidada le llegaba una caricia. - Cuando decía algo era, como si nadie la oyera y poco a poco se fue alejando de los niños malévolos que le gritaban:
-Los ojos de luz, no tienen luz.
Desde que sus padres le cortaron las rubias trenzas y le hicieron la permanente, -allá por los años cincuenta, - perdió la timidez, y busco amigos en el mundo mágico de las Bibliotecas y viajo con la imaginación al reino de las letras, gracias a la clara luz que le proporcionaban sus no queridas gafas gruesas.




