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La luz que no puedo ver

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   Mis ojos ya no son nada. Son oscuros, no porque sean negros, sino porque no puedo verlos.  El cielo otrora azul o gris o blanco se ha  tornado negro. Mis ojos ahora son los de Luna, mi fiel guía y  mis manos  un bastón que repiquetea a cada instante, a cada paso.

  

Me pregunta, en su inocencia, la niña pequeña de la  vecina, que si no quiero abrir los ojos y ver como ella.

   

-A ti siempre te veo, pero con otros ojos, le respondo sin la certeza de que me haya comprendido.

    

Ya no existen las  estaciones para mí salvo el frio que penetre en  mi piel. No volveré a ver tus ojos pero sentiré tus caricias si tú quieres. Caminemos, o  mejor,   sentémonos a la puerta  para ver pasar la vida con los sonidos y tus palabras.

 

Salvador Antona

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