A través de cristales
- Lourdes Barrientos
- 10 jun
- 2 Min. de lectura

Una vez más recordándote, madre. Mi alma necesita dialogar contigo. El entorno es perfecto, tú lo contemplaste más de una vez a mi lado.
A través de cristales, escribo.
Ha llegado abril. Este maravilloso y cambiante abril que por fin recrea el dicho “aguas mil”.
Se necesitaba agua, pues meses de insistente sequía amenazaban ruina en los campos. Era desolador contemplar los embalses agotándose día a día.
Pero de nuevo ha llegado abril a redimirnos y yo escucho tu voz: “Dios aprieta, pero no ahoga”.
Instintivamente miro al cielo como tú lo hacías. Sale el sol, se esconde, llueve, vuelve a salir el sol sin dejar de llover. Y de pronto, en el fondo del boulevard, el gran espacio de cielo que se contempla desde mi acogedor rinconcito se engalana con el arco iris. No se ve completo, pero es el de siempre, lleno de luz y color.
Me desborda la emoción, pues en él caben y se funden nuestras vidas ¿te acuerdas, madre? Me estoy oyendo de niña gritar, llamando a mis seres queridos para ver el prodigio. Era imponente contemplarlo desde las barandillas de la amplia escalera de mi escuela, majestuosa escalera para un edificio que se caía a pedazos –mi escuela y la tuya, madre-. Yo alumna, tú maestra sensible y adorada profesora.
Recuerdo aquel gigantesco arco iris formando un puente sobre las montañas y nuestro río. Para mí era un momento grandioso, sobrenatural. Así pensaba yo que tenía que ser el cielo: todo luz, todo paz, cobijándonos bajo aquel sentimiento que infundía tanta belleza.
Hasta las ramas de los árboles brillaban conmovedoras dejando caer la lluvia acumulada en sus hojas. Hojas nuevas de un verde brillante, pero como nosotros los niños, sin haber crecido lo suficiente, ya que estábamos empezando a subir por ese gran arco de la vida.
Yo sigo en ese puente que tú cruzaste ya, madre. Y hasta el momento del encuentro, seguiré soñando y recordándote, hablando contigo a través de cristales.
Lourdes Barrientos




