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Recuerdos de mi pueblo

  • Deme
  • 20 oct 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 20 may


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Todos llevamos ese trozo de sitio donde nacimos dentro de nosotros ya sea pueblo, ciudad, calle o plaza, que nos alienta o nos acusa, pues si te olvidas de dónde vienes nunca sabrás a dónde vas.


En en mi caso es mi pueblo; se llama Venialbo, afincado entre Zamora y Toro y enclavado en las tierras de Castilla, recias y secas, construido del mismo color que ella: todos parecen abortos creados en lo profundo para estar y servir siempre.


Hay en mi pueblo una naturaleza que lo invade a todo él; siempre está presente en cada estación como protegiéndolo. Se palpa, se siente, es una belleza sus árboles, el pinar de piñonero, su arroyo cangrejero y su fauna, por eso yo creo que sigue llamándose Madre. Pero yo creo que la hemos inmolado con la tecnología; el campo sigue siendo campo, pero no naturaleza. Hay que salvar los pueblos pues ser de pueblo es un Don de Dios y ser de ciudad, a veces, te sientes como un inclusero, pues la vida no es contabilidad, es corazón; el hombre es un ser vivo, pero en equilibrio con los demás. Pienso que ahora en mis años muy mayores sigue habiendo en mi pueblo y en otros ese Dios eternamente mudo pero un prójimo, pero cada vez más lejano.

Qué pena.


Siento y veo que el hombre de hoy antepone a la cultura, en sentido estricto, el goce material y la seguridad, hay desidia y falta de valores.

Los hombres marchan, pero la naturaleza queda, solo están quedando en la mayoría, hasta ahora, las personas mayores, las que seguimos pensando en las tradiciones, en las historias alrededor de la lumbre, en las familias numerosas y sobre todo vivíamos (y voy a decir una gran palabra) tan arracimados, todos, que, como el racimo de uvas y el sarmiento, seguimos dando fruto.


Había oficios de todas las clases; esa lengua castellana que transmitimos llena de saberes y sabores y ahora nos preguntamos: ¿qué pasará?

En mi pueblo, Venialbo, apellidado del vino por sus bodegas hechas por los antiguos en la piedra, hay excelentes caldos.


En el verano los pueblos reviven, eso sí, ayudados por la Madre Naturaleza, es el mejor sitio para descubrir las noches estrelladas, el aire puro, el silencio y te encuentras con la familia de cigüeñas siempre puntuales a su fecha y su sitio, el vuelo rasante de las golondrinas, el eterno juego inquieto de los pardales, las grises palomas con su monótono arrullo o la cantata pesada del Cuco y en las mañanas el vuelo elegante de un aguilucho.


Por esto y muchas cosas más el labrador tiene con él su trabajo, el universo entero y Dios.


Hay que conservar la herencia y legado que nos dejaron nuestros antepasados, es una obligación.

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