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Mi refugio

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Enrique Acevedo Gonzalez.


Mi refugio y el de los grandes momentos de saber quién fui y mis limitaciones, sucedieron en otra época; aquella en la que todavía pude disfrutar, y también padecer al mismo tiempo, de la tensión que surgía en la frontera entre la consciencia y el reino de Morfeo.


Fue un tiempo que transcurrió bajo las frías sábanas de un invierno que pasé indeciso entre consentir o no conversar con Morfeo, al dudar de la fidelidad de las noches, y de lo que mi contertulio bien me pudiera ofrecer.


Protegido por el frescor de aquellas sábanas limpias, me sentía seguro mientras ejecutaba los necesarios y complicados equilibrios a los que la vigilia y el mundo onírico me obligaban. Morfeo no dejaba de instarme, cada noche, a internarme en su peculiar oscuridad y a sus, para mí, sinfonías por estrenar. Resultaba así, que Morfeo solía salirse con la suya, y yo, -hasta cierto punto-, me daba por vencido; me dejaba llevar; me dejaba rodear por el frágil aroma de sus nocturnidades que, -ahora que lo pienso-, era de todo lo que quizás, más me gustaba… Cuando se me pegaba al paladar y descubría el colosal sabor de la noche, el verdadero sabor de los sueños…

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