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La niebla

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La mañana se esconde detrás de un tupido velo gris que ha atrapado el tiempo deteniéndolo, indefiniéndolo.


Miríadas de ojos, diminutos como puntas de alfiler, derraman lágrimas que se deslizan sobre el cristal.


Del otro lado los objetos cotidianos, hoy espectros, muestran una silueta fantasmagórica.


Los sembrados languidecen y sus tiernos brotes añoran los rayos del sol.


Esa humedad hechicera traspasa el cristal y pincha el alma. Asciende hasta el cerebro, desata la imaginación y difumina la tenue línea entre realidad y fantasía arrastrando la nostalgia de una primavera vencida.


Olores y sabor a juventud, teñidos de colores brillantes, escapan hacia atrás sin dejarse atrapar.


La primavera ha dado paso, casi sin darte cuenta, al otoño. Tiempo de reposo, de lecturas junto al fuego de la chimenea, de un suave calor que amenaza con evaporarse.


Un libro espera. Se inicia la travesía que te hará revivir amores, aventuras, viajes que en un tiempo fueron y ahora son palabras con olor a naftalina.


Transcurre la mañana, la claridad se va abriendo paso. El sol, cual luna matutina, se insinúa a través de la gasa. Poco a poco va empujando a la niebla.


La tierra suda. Sutiles dedos barnizan el paisaje. Un caleidoscopio de colores danza sobre el mismo.


La niebla se va elevando en jirones transparentes y delicados como alas de libélula. Con el sol vuelve la esperanza de una nueva primavera con sabor a otoño.    


Teresa Egido

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Ayuntamiento de Salamanca - Universidad Pontificia de Salamanca

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