El sol que entra
- Oferlina Pérez
- 8 abr 2024
- 2 Min. de lectura

El sol que entraba a través de la puerta entreabierta del balcón se posaba en la cabeza de Ángela sacando reflejos de sus bonitos cabellos blancos como espuma de mar. Esa mañana como de costumbre está sentada en el sillón alto junto al pequeño escritorio heredado de su madre, es su rincón preferido en el amplio y luminoso salón, desde allí puede ver las macetas que empiezan a mostrar sus galas, petunias de varios colores, las campanitas de los narcisos, geranios, margaritas y las lilas que tanto aprecia con su dulce olor que llenará toda la casa. Esta mañana Ángela no mira las macetas, parece pensativa, saca de su pequeño escritorio un grueso cuaderno de tapas rojas y varios bolígrafos que ha colocado silenciosamente en una jarrita que usa como portalápices y tiene escrito Montreal, recuerdo de un viaje ya lejano.
Anoche mientras le llegaba la hora de dormir, tomó la decisión de empezar a escribir sobre aquella parte de su vida que pese a los años transcurridos, desata en ella tal Torrente de emociones que no sabe cómo contárselo a sí misma y si podrá hacerlo sobre el papel. La decisión está tomada se dijo y cogiendo uno de los bolígrafos, abrió el cuaderno de tapas rojas y comenzó a escribir: "No me di cuenta, o sí pero no quise admitirlo, le quería tanto y aquel hijo nuestro con su mismo color de piel, sus mismos ojos, no podía ser, no podía ser tan insensato, era Arturo, el que me tomaba en volandas cuando llegaba a casa y yo bajaba corriendo las escaleras para colgarme de su cuello, el que cada día decía que me amaba. Me estalló en la cara, adiós sueños, adiós planes que nunca se llevarán a cabo, adiós felicidad.
Como pasar del lleno al vacío, de la alegría a la pena, a la culpa ¿por qué a mi?"
Levantó la cabeza, parecía fatigada, se pasó una mano por la frente, dejó el bolígrafo sobre el cuaderno abierto y salió al balcón.




