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El pan de cada día


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Si hay algo que permanezca en nuestro recuerdo para siempre, es el sabor de la comida de nuestra madre, sobre todo a los que pertenecemos a aquella generación en la que el padre no cocinaba, y solo entraba en la cocina a la hora de comer.

Aquellas hábiles mujeres que eran capaces de realizar el mejor de los guisos  con lo poco que había en su despensa, lograron con su saber, dar un toque mágico de sabor tan grato a lo que cocinaban, que todos lo mantenemos guardados en la memoria de los sentidos para siempre.

No recuerdo cuántas veces he intentado, encontrar el punto de sabor que mi madre daba a sus guisos, aunque fuera una sencilla sopa de verduras, sin conseguir tan solo acercarme a aquel delicioso aroma que desprendía la cazuela al levantar la tapadera.

Después de mucho tiempo transcurrido en el que yo a mi vez fui madre, escucho a mis hijos, sin proponérmelo y  con cotidiana frecuencia, esa misma cantinela cuando llegan a casa: ¡ Que bien huele! Que rico está todo! Hummmm.

Y ahora que ya soy abuela y mi vida está llena de recuerdos, de nombres y de cosas aprendidas de cada una de las personas que han estado cerca de mi, ahora que estoy rodeada de nietos a los que quiero muchísimo y que me gusta reunir cada verano, ahora de nuevo cada mañana al levantarse, sin apenas dar los buenos días, preguntan uno a uno ¿ que hay para comer? Deseosos todos, de saborear la comida de la abuela, que según ellos, no tiene nada que ver con lo que cocinan sus padres en casa, lo dicen además  ante ellos, sin pensar si los molestan o no ,tan convincentes que a mí me llenan de cierto rubor.

Estoy totalmente segura, que el ingrediente extra, que ellos encuentran en mis guisos, es,  además del cariño, el tiempo incondicional y sin prisa que le dedica cualquier otra abuela que se precie.

Muchas veces, los mayores sobre todo, se ofrecen para ayudarme en la cocina ,con el pretexto de aprender me preguntan cómo se hace esto o lo otro ,siempre aprovecho la ocasión para decirles lo importante que es comer juntos ,lo sano que resulta comer adecuadamente etc., sabiendo de antemano, que a ellos les funciona mejor pedir una pizza, que perder tiempo en hacer la cena.

Les cuento también, que no tiene nada que ver la cocina actual, a la que abandonamos  con cualquier excusa para “comer fuera “con la cocina de mis padres siempre activa, allí se estudiaba, se cosía, se leía el periódico y se escuchaba la radio…Todos y todo iba a parar a la cocina. Seguro que no escuchan la mitad de lo que les digo, pero siento la necesidad de decírselo, los niños escuchan más de lo que creemos y estoy completamente segura, que lo que le transmitimos los abuelos formará parte importante de sus recuerdos y en ocasiones bellos recuerdos.

Acabo mi  relato sobre los sabores y  los aromas entrañables que todos guardamos celosamente, haciendo una breve alusión a la mesa.

El gesto de “ poner la mesa”  siempre lo viví como un gesto sagrado ,va  ligado, unido al gesto de “ poner el  corazón” en la cocina, los dos son gestos mágicos que es necesario inmortalizar, transmitir.

Poner la mesa, esperando el llegar de todos, haciendo sitio al que viene, reunir a todos, recibir a todos, escuchar a todos, servir a todos compartir con todos la vida, además del pan de cada día.

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