
EL PAN DE CADA DIA
Marisol García Cano
Si hay algo que permanezca en nuestro recuerdo para siempre, es el sabor de la comida de nuestra madre, sobre todo a los que pertenecemos a aquella generación en la que el padre no cocinaba, y solo entraba en la cocina a la hora de comer.
Aquellas hábiles mujeres que eran capaces de realizar el mejor de los guisos con lo poco que había en su despensa, lograron con su saber, dar un toque mágico de sabor tan grato a lo que cocinaban, que todos lo mantenemos guardados en la memoria de los sentidos para siempre.
No recuerdo cuántas veces he intentado, encontrar el punto de sabor que mi madre daba a sus guisos, aunque fuera una sencilla sopa de verduras, sin conseguir tan solo acercarme a aquel delicioso aroma que desprendía la cazuela al levantar la tapadera.
Después de mucho tiempo transcurrido en el que yo a mi vez fui madre, escucho a mis hijos, sin proponérmelo y con cotidiana frecuencia, esa misma cantinela cuando llegan a casa: ¡ Que bien huele! Que rico está todo! Hummmm.
Y ahora que ya soy abuela y mi vida está llena de recuerdos, de nombres y de cosas aprendidas de cada una de las personas que han estado cerca de mi, ahora que estoy rodeada de nietos a los que quiero muchísimo y que me gusta reunir cada verano, ahora de nuevo cada mañana al levantarse, sin apenas dar los buenos días, preguntan uno a uno ¿ que hay para comer? Deseosos todos, de saborear la comida de la abuela, que según ellos, no tiene nada que ver con lo que cocinan sus padres en casa, lo dicen además ante ellos, sin pensar si los molestan o no ,tan convincentes que a mí me llenan de cierto rubor.
Estoy totalmente segura, que el ingrediente extra, que ellos encuentran en mis guisos, es, además del cariño, el tiempo incondicional y sin prisa que le dedica cualquier otra abuela que se precie.
Muchas veces, los mayores sobre todo, se ofrecen para ayudarme en la cocina ,con el pretexto de aprender me preguntan cómo se hace esto o lo otro ,siempre aprovecho la ocasión para decirles lo importante que es comer juntos ,lo sano que resulta comer adecuadamente etc., sabiendo de antemano, que a ellos les funciona mejor pedir una pizza, que perder tiempo en hacer la cena.
Les cuento también, que no tiene nada que ver la cocina actual, a la que abandonamos con cualquier excusa para “comer fuera “con la cocina de mis padres siempre activa, allí se estudiaba, se cosía, se leía el periódico y se escuchaba la radio…Todos y todo iba a parar a la cocina. Seguro que no escuchan la mitad de lo que les digo, pero siento la necesidad de decírselo, los niños escuchan más de lo que creemos y estoy completamente segura, que lo que le transmitimos los abuelos formará parte importante de sus recuerdos y en ocasiones bellos recuerdos.
Acabo mi relato sobre los sabores y los aromas entrañables que todos guardamos celosamente, haciendo una breve alusión a la mesa.
El gesto de “ poner la mesa” siempre lo viví como un gesto sagrado ,va ligado, unido al gesto de “ poner el corazón” en la cocina, los dos son gestos mágicos que es necesario inmortalizar, transmitir.
Poner la mesa, esperando el llegar de todos, haciendo sitio al que viene, reunir a todos, recibir a todos, escuchar a todos, servir a todos compartir con todos la vida, además del pan de cada día.

SAÍTHA, EL AMOR DE MI NIÑEZ
Charo Payo
Nunca he podido entender por qué el dolor de tu ausencia, hizo tanta mella en mí y me dejó tanta pena que hoy, tantos años después, mi corazón no te olvida con forma de blando nido para que en él siempre vivas.
Saítha era tu nombre y “ven aquí” significa. Decían que eras un lobo por tu aspecto y tu color,
pero para mí eras quien me guiaba y cuidaba cada vez que me escapaba para estar con mis amigas.
Nunca atacaste a nadie, sólo te interponías de forma que nadie pudiera hacerle daño a tu niña.
Aún recuerdo aquel día cuando fingí que lloraba y tú pegadito a mí con el brillo de tus lágrimas aullabas como hace el lobo pidiendo que te ayudaran.
Y si yo reía, tus caricias, tu alegría, tu ternura, tu mirada… hicieron que te quisiera como nunca quise nada.
Aunque era cuidadoso para cruzar carreteras mi corazón se paró cuando una triste llamada nos dijo que un hombre sin corazón te embistió sin compasión entrando con su camión en el lugar donde estabas.
Desde la pena y la ausencia miro cada noche al cielo buscando esa hermosa estrella que me mira, me sonríe y me recuerda la esperanza del reencuentro.

ELSA Y EL CARACOL
Francisco Antonio Martín Iglesias
Érase una vez una niña que sintió la curiosidad por entrar en la casa de un caracol. Supuso que dentro tendría alguna habitación, la cocina y hasta un salón en el que sentarse a leer. No lograba hacerse una idea de cómo estaría distribuido aquel hogar tan diminuto de estancias retorcidas. Pero quiso asomarse, necesitaba entrar en los habitáculos sin ventanas de su intriga. Habló con él, se pusieron de acuerdo, y al final el caracol dejó pasar a su imaginación hasta el interior de sus entrañas. El cuento acabó con el colorín colorado de todo lo que su ilusión fue capaz de contarle.

¿ESTUDIAS O TRABAJAS?
Francisco Antonio Martín Iglesias
Hay un recuerdo que renace cada verano durante las fiestas de mi pueblo. Habita eternamente anclado en la filmoteca de mis añoranzas favoritas: la primera vez que saqué a una chica a bailar. Tenía catorce años, pantalón acampanado y la sombra prematura de un bigote adolescente.
De niño, durante las verbenas, siempre me refugiaba al lado de los músicos, a la vera misma del que tocaba el órgano Farfisa. Me tenía embelesado viéndole mover los dedos sobre los teclados. Era mi atalaya favorita para observar en la intimidad a todos los que manifestaban abiertamente su alegría en la plaza.
Ocurrió durante la festividad de la Virgen del Robledo de 1973. Una chica rubia forastera llegó al baile con sus hermanos mayores, sin atreverse a emular públicamente sus movimientos y algarabías en el altozano. Nos empezamos a mirar con disimulo. Sentí de pronto que había llegado el momento de sacar a mi primera chica a bailar, de abandonar para siempre el refugio niño y musical de mis ya casi olvidados pantalones cortos. Me sobrevolaron las dudas de la timidez y el temor de los sonrojos de la primera negación. Pero algo en mi interior me anunció que aquellas inocentes miradas llevaban un sí guardado entre el brillo de sus ojos.
El músico que tomaba la iniciativa de los temas que iban a tocar les anunció colocando su partitura: Los sonidos del silencio. Me acerqué a ella, y a menos de medio metro de nuestros latidos acelerados, solo logré pronunciar una palabra: ¿Bailas? Inclinó su cabeza hacia adelante. No fue capaz de contestarme, ni de mirarme abiertamente sin la tranquilidad de la distancia, pero puso sus manos sobre mis hombros, y aquello empezó a ser una de las cosas más bonitas que nos habían pasado en el mundo hasta ese momento. Hay canciones que pueden llegar a durar toda una vida.
Fue la primera vez, y los sonidos del saxofón y de la canción de Simón y Garfunkel siguen resonando cada verano en mis oídos. Aquel día me di cuenta también de que los besos no son los únicos caramelos de felicidad que terminan saliendo entre los labios.

EL TIEMPO
Deme Gutiérrez Pintado
El tiempo es un regalo que Tú nos has hecho, Señor, pero yo diría que en forma de "silbato" pues este regalo nos da avisos de cada día en forma de pitidos, durante la niñez, juventud y en la vejez; en todo nuestro quehacer...
Señor, este tiempo es todo mío, que me toca llenarlo todos los días de mi vida, de mis años y de las horas de mis trabajos, que también son todas mías.
¡Hay tiempo! Cuántas cosas me cuesta hacerlas, siguiendo normas, para ofrecerlas a quien me rodea; porque hay tantas lecciones no equivalentes, tantas cosas creadas, tanto que dar. Tanto que recibir, tanto que admirar, tanto que compartir. Pero existe la prisa y parece que solo sobrevivimos, no vivimos por pensar en otras cosas.... Y es que tú, Tiempo, eres el material del que está hecha la llamada Vida.
Así, Tiempo, te pido que los últimos años que me des la gracia de oír el último pitido de este "silbato" pero con Santa Calma; porque el mundo que nos rodea hoy día a pesar de sus avances técnicos hay un retroceso moral y materialista.
Danos una luz en nuestra tristeza humana, porque hoy día también imperan los miedos al futuro de la vida, al trabajo e incluso a formar una familia.
La fe está por encima de la ciencia y por si acaso debemos decir con frecuencia las palabras ¡Te quiero!...¡Te perdono!
Porque hoy día, en tu tiempo, es urgente y obligatorio, vivir.

EL SABOR DEL SILECIO
Mila Becares
La quietud y el silencio más sublime describen la paz tan inmensa que se respira esta noche en la Plaza de Las Marinas de Zamora.
Las ramas de los tilos proyectadas sobre las piedras de la torre de San Ildefonso son perfectas. El sosiego de las cigüeñas durmiendo sobre sus finas patas coronando la noble y egregia torre románica, siglos a, defensiva, me
producen una paz y una nostalgia infinitas desde este balcón privilegiado.
Sólo rompe ese absoluto silencio el sórdido bramar lejano del río Duero. El profundo sentimiento es indescriptible. Y tú, ahí arriba como todos los días. En esa estrella polar, la más brillante, acompañándome esta noche como tantas otras y compartiendo mis cuitas, mi nostalgia y mi soledad.
Gracias por estar ahí.

DOS PALOMITAS
Cipriano Carabias
Acurrucaditas en la Plaza cacereña, quietecita, tranquila, estamos a salvo de la carroña, comentaba el palomo. Por
protegerte perdí la pluma, perdería la vida con tal de dártela, te respeto te amo y te cobijo, donde tú quieras iremos a por un poquito para alimentar a nuestro cuerpecito. ! No crees palomita que podemos ser una parejita donde
podamos realizar nuestro nidito! Sí mi pichoncito, con tal de estar contigo un poquito a tu cobijo y calorcito. Ay, mi palomita, eres tan dulce, tan guapa y bonita, que perdería mi vida por compartir nuestro cariñito un poquito. No
se si será de tu agrado. Saludos.

LA PLAYA DEL AYER
Leonor Martín
Peinaba la brisa la suave arena de la playa, dejándose acariciar por el vaivén de espumosas olas, formando cancán de encaje con su puntilla.
Olor de algas, a yodo y mar, envolvían el amplio marco donde Juan hacía años iba a veranear.
Estaba frente al Océano, observando el inmenso cauce.
Su esbelta figura se volvió hacia la dorada arena, donde descansaban bronceados cuerpos y el jolgorio de los niños se fundía entre el graznido de las gaviotas.
Buscaban sus ojos a aquella muchacha con la que se encontraba veranos atrás. Serían sus ojos, esos que no cambian con el paso de los años, los que le hicieran reconocer a la mujer que aún mantenía en su recuerdo. Pasaban los días y varios veranos con la esperanza nunca pérdida de volverse a encontrar.
Sabores de sal y azúcar quedaban en sus labios, cuando cerraba de nuevo su ciclo vacacional.
Pasaron los años.
El mismo escenario, chiquillos corriendo, paseos por la playa, estancias de soles, la vida pasaba ... Este año presentía que la iba a encontrar.

EL JUEGO PREFERIDO DE ALBA
Charo Payo
Había una vez, hace ya muchos años, una niña llamada Alba a la que le gustaba mucho jugar con su imaginación.
Un día de verano, cuando estaba en el pueblo de sus abuelos, voló con su pensamiento hasta un bosque no muy lejano en el que había multitud de pinos, sauces y otros muchos árboles que desprendían un olor inmensamente agradable y, a la vez, indescriptible.
Esos árboles rodeaban un hermosísimo lago alimentado por una enorme cascada que, con el sol, emitía los hermosos reflejos del arcoíris.
Alba estaba totalmente ensimismada contemplando ese maravilloso y resplandeciente lugar y, cuando su mirada recorría la orilla del lago descubrió que había otros niños jugando con los animalitos que correteaban por allí. Se emocionó al descubrir que acudían a su llamada porque cada uno tenía su propio nombre.
Tanta emoción hizo que volviera a la realidad y pensó:
“Haré mi sueño realidad. Aquí también tenemos un corral con distintos animales. Empezaré a poner nombre a los conejitos, les daré alfalfa y pienso cuando acudan a mi llamada y, por supuesto, les daré muchísimo cariño”.
¿Lo consiguió? SÍ. Además, Alba aprendió que con respeto y cariño se consiguen muchas cosas importantes para ser responsables y felices toda la vida.

CURRICULUM
Antonio Huerta
Supermercado. Cola junto a una puerta que advierte más que anuncia, «privado». Y no se me ocurre otra cosa que preguntarle al viento «¿Y esa cola de chavalería que lleva un papel en la mano?». El viento calla, pero una señora que estaba cerca, cogiendo una lata de pimientos del piquillo, me responde solícita «El súper ofrece trabajo para reponedores». Claro, qué torpe, ¡cómo no me doy cuenta! Y, torpe de mí, pregunto «¿Y el papel que llevan en la mano?». Entonces la buena señora, con cara de asombro por la memez cósmica que pregunto, me dice «Es el currículum». «Ah, claro», digo. La señora ve claramente la cara de tonto que se me pone, sonríe con malicia y afirma con un gesto. Reflexiono y la especie se me escapa de nuevo al viento «Es curioso, currículum para una labor tan sencilla y, sin embargo, para administrar vida y hacienda de los ciudadanos...». No me deja terminar la paisana, se estira y dice muy digna «A esos los elegimos nosotros, claro». Entonces sí que se me pone cara de grandísimo gilí.

