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Si yo hubiera sido una montaña


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Hubiera alcanzado con mis manos el cielo.


Sobre la nieve blanca y pura de mi cumbre


entonaría cada día una plegaria:


“que se acabe el dolor,


que en mí crezca la esperanza”.


Y en mis bosques silentes,


a la luz de la luna plateada,


escuchar el susurro del viento,


el correr de un arroyo


entre árboles, musgos y retama.


Mi falda, de un verde luminoso,


sería cobijo de pájaros y flores,


tomillos, peonías, zapatitos de dama…


Cervatillos y ardillas pondrían


la nota de calor y de paz


a mi alma curtida de borrascas.


Y no faltaría mi estandarte con su lema


¡amar y respetar a la montaña!

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